sábado, 15 de febrero de 2014

La muerte se llama Olalla - Jesús Ferrero





Jesús Ferrero es un autor que se dio a conocer en 1982 con un éxito editorial, Belver Yin, que le convirtió en la gran esperanza de nuestra literatura. A fecha de hoy ha publicado más de treinta novelas de las cuales había yo leído dos.

Me encontré con este libro, La muerte se llama Olalla, de casualidad como quizás se encuentran los libros. Quedé sorprendido por su portada tan bonita tan habitual, por otra parte, en la Editorial Siruela, y por ese título tan original como precioso.

Ollala es una joven que murió hace unos meses en un accidente de tráfico. No obstante, su madre tiene serias dudas al respecto. Su novio ha cambiado de objetivos y ahora trabaja de cuidador en un centro psiquiátrico. Su mejor amiga, una mujer mayor que ella, lleva una vida lujuriosa y despreocupada. Su diario no aparece. Y para colmo tres personajes siniestros aparecen cerrando el círculo entre todos los que rodeaban a la joven.

Ágata se ve obligada por una amiga común a seguir el caso, pero pronto se dará cuenta que es  una mera observadora de los acontecimientos y que su participación o inhibición serán las claves del resultado final.

Esta historia se debate en un Madrid decadente donde la crisis actúa como un ente manejado por los políticos y poderosos para lograr sus objetivos. Una trama de venganza, dolor, violencia, drogas y bajos instintos, que por más los practique la alta sociedad no dejan de ser asquerosos y punibles.

El libro empieza de forma majestuosa con la narración del diario de Olalla:

"Años atrás, cuando la riqueza brillaba con sus burbujas vanas y las finanzas de corto aliento, cuando se regalaba dinero etéreo y los medios de comunicación proclamaban que España era la octava economía del mundo, las calles y las piscinas de Madrid se vaciaban en agosto.
Los que tenían el buen gusto de quedarse en la ciudad y no llenar las playas con sus cuerpos pringosos y enrojecidos podían disfrutar de un Madrid íntimo y tranquilo, que invitaba a gozar de los placeres de la amistad y del amor, o a tumbarse en el césped de las piscinas lejos del tumulto y con la misma tranquilidad que en una piscina privada.
Pero todo ese mundo reluciente y caduco es ahora solo un sueño del pasado. Muchos madrileños han renunciado a las vacaciones fuera de casa y la piscina del estadio de Vallehermoso, que frecuento desde niña y que otros años se despoblaba en el ecuador del verano, rebosa de madres, niños y vecinos sin un euro en el bolsillo. En el césped del cercado de cipreses adyacente a la piscina principal, ya no caben más cuerpos tendidos al sol. A la incomodidad de una situación que se presenta como novedosa, se une el desasosiego que me produce la lectura de la prensa en este verano tan sangriento del 2012 que los devotos de las falsas interpretaciones del calendario maya consideran definitivo para la humanidad y para todo el sistema solar, ya que no dudan que va a ser el año del fin del mundo. En parte les doy la razón, pues si bien no creo en el fin del mundo, sí pienso que se está constatando, de forma cada vez más evidente, el fin de un mundo vinculado al dinero y los negocios fáciles." 

Pero todo se diluye de repente cuando empiezan a aparecer una serie de personajes absurdos que deambulan por unas situaciones muy poco trabajadas y con unos diálogos que chirrían de lo mal que están escritos:

"Cuando muy de mañana se despidieron en Madrid, Gaby le dijo al oído:
-Tras la muerte de Olalla tenía claro que me iba a suicidar para irme con ella al país de irás-y-no-volverás, pero tú me has devuelto a la vida. ¿Te gustaría que fuésemos amantes?
-Sí, y quiero que vengas a verme de vez en cuando a París.
-Lo haré. Te lo juro por mi vida."

A Ferrero le interesa adentrarse en las zonas oscuras del ser humano, a la vez que poner de manifiesto que la línea entre el bien y el mal es muy delgada, y explorar aquí el impulso de venganza. Asimismo, no deja de estar presente el gran potencial de la novela negra para resaltar problemas y cuestiones sociales. Ferrero ambienta su novela en 2012, año en el si bien no se acabó el mundo según pronosticaban, sí ocurrieron luctuosos sucesos como el hundimiento del Costa Concordia, y no hace falta señalar el carácter simbólico del naufragio de un barco con ese nombre, la matanza en un cine de Denver en el estreno de Batman o la de la isla  de Utoya, hechos que recoge y comenta Olalla en su diario, única parte interesante de esta novela, y sitúa la acción en un Madrid espectral y fantasmagórico marcado por la crisis y en decadencia, donde están a la orden del día los desahucios y los conflictos.

La novela habla del enfrentamiento entre dos formas de entender el mundo: una con la que la mayoría se identificaría, en la que aún tienen cabida los sentimientos en toda su poliédrica dimensión, con la que se experimenta, se ama, se odia, se busca, se encuentra y se pierde; y otra manera de habitarlo, que consiste en verse a sí mismo como a un depredador sediento de almas y cuerpos ajenos, sin conciencia ni más apetito que la autosatisfacción; cualquier medio está justificado, y uno no debe tener el más pequeño miramiento para coger lo que desea. Ferrero nos enfrenta directamente con los verdugos de los que hablaba Sartre, y nos pregunta si debemos respetarles, considerarles seres humanos. Con múltiples referencias a la actualidad de nuestro país, el autor refleja una España en crisis, donde la mayoría de nosotros busca sobrevivir y enfrentarse a los vaivenes de una existencia que lucha contra la banalidad y la superficialidad impresas en el nuevo lema de una economía destrozada: “sálvese quien pueda”. Pero unos pocos, ajenos a preocupaciones materiales, de familias que provocaron la crisis, toman a la mayoría como el ganado perfecto del que aprovecharse para saciar sus apetitos más bajos e infames. Pero, aparte de lo dicho anteriormente, no esperaba encontrarme con un sorprendente fallo narrativo en un autor de este bagaje. Por supuesto, es algo que sucede en determinados momentos, no en toda la novela, pero es una astilla que molesta en una obra que podría ser muy atractiva. En ocasiones parece que Ferrero no distingue, en cuanto a la forma, entre el narrador y algunos de los personajes, parecen la misma persona, como si en un determinado momento, hubiera perdido la perspectiva del texto y no lograse dotarles de voz propia. Ignoro la razón por la que esto sucede de forma intermitente, aunque también he detectado algo más, no menos extraño en un escritor de esta experiencia: a veces, algunos personajes parecen declamar, contando a otro algo que ambos, y el lector, deberían saber y que no es necesario explicitar. Máxime en una novela de misterio fácil de seguir y que ya tiene narrador.

En fin, una novela fallida que se queda en agua de borrajas aunque con momentos impactantes cuando aparece el diario y con una portada y título genial. En definitiva, un envade precioso que contiene en su interior poca cosa. Pura apariencia.

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