jueves, 20 de abril de 2017

La décima clave



¿Qué conexión puede existir entre San Ignacio de Loyola con Miguel de Cervantes? ¿Y con el número Pi, un grupo de forenses sordomudos desaparecidos, muertos decapitados, un violonchelo, el escarabajo egipcio Jepri, la caída de Ícaro, un callejero de una ciudad milenaria española, un convento en el que hace treinta años murieron misteriosamente unas monjas, la cruz de Ankh, un broche con forma de libélula, unos recortes de periódico, un violonchelo, Toledo, Chinchón y una calle de Madrid?

Mucho me temo que para poder descubrir todo esto vais a tener que leeros La décima clave de Antonia J, Corrales. Leer a esta autora ya es de principio una buena costumbre y leer ahora esta novela publicada en 2012 y felizmente reeditada ahora por Ediciones B en libro de bolsillo, todo un acierto. ¿Por qué digo esto? Pues porque parece que ya se pasado, afortunadamente, el boom de la literatura criptográfica superventas norteamericana y yo, por fin, me encuentro con una novela sobre estos temas diferente. En realidad con una muy buena novela.

Doce forenses son requeridos para diagnosticar y atajar una misteriosa enfermedad que amenaza la salud de un grupo de religiosas  residentes en un convento. Dos de los integrantes del grupo de investigación son asesinados y sus cuerpos son hallados con evidentes muestras de tortura y rodeados de mensajes, tanto de símbolos matemáticos como religiosos. Treinta años después, el forense Enrique Fonseca se verá envuelto en una extraña investigación que le conducirá hasta la verdad sobre la muerte de su padre.

¿Similitudes con los superventas de Dan Brown? Si te quedas en la sinopsis, puede. Pero nada que ver con La décima clave que es literatura y no meramente impactos para vender y vender. Ambición literaria, personajes trabajados y buena prosa hacen de La décima clave un producto mucho más digno que esos que hace años eran consumidos compulsivamente por los que años después hacían interminables colas para sacar una entrada para ver la película basada en ellos.

Un protagonista traumatizado por descubrir el cadáver de su padre cuando era un niño que se ha convertido en un prófugo de la vida, de los sentimientos y de la realidad, y que se transforma en una persona que huye de sí misma y de todo lo que le rodea huyendo de su pasado hasta llegar a la amnesia y con una personalidad posiblemente paranoica, ya de por sí es un elemento diferenciador que da a la novela categoría de buena literatura.

La décima clave está estructurada como si se tratase de una obra de teatro clásica con una presentación, un nudo y un desenlace. Tras la presentación, algo difícil de conectar con ella al contarnos lo que pasa por la mente de Enrique, entramos en un nudo argumental basado en la criptografía donde muchos personajes, estupendos todos, entran y salen que con sus diálogos la autora nos va dosificando las pistas que nos conducen a un desenlace asombroso donde va encajando todo y parece que nos despertamos de un sueño. 

Antonia J. Corrales se nota que se lo ha trabajado a conciencia, primero documentándose y luego escribiendo, lo que es muy de agradecer pues vuelve a diferenciarse de la pura literatura comercial al uso. En las novelas del género están repletas de acción física, persecuciones inverosímiles, tiempo contrarreloj, peleas, golpes, momentos de peligro… mientras que aquí todo es plácido, mental y dialogado en un ambiente casi de claustrofobia con ligeros toques irónicos que nos van llevando poco a poco a la resolución del misterio sin sobresaltos pero cada vez más interesados, porque como se dice que Kant filosofaba, el conocimiento de las cosas pasa por conocer las formas o maneras que tenemos de conocer, sabiendo que ese conocimiento, no siempre, pero sí muchas veces, pasa por tener que descifrar algo que es lo que en realidad nos atrapa. No el misterio en sí, sino el proceso que llevamos durante el descubrimiento. Eso es lo irresistible y fascinante.

Antonia J. Corrales llega a tal involucración con sus personajes que parece jugar con ellos sin ningún escrúpulo trayéndolos y llevándolos de una historia a otra, de un lugar a otro, sin que en principio tengan nada que ver entre sí, jugando con su destino, con su pasado y su presente, sin ninguna consideración. Pero esto es otra jugada maestra de la autora que tiene muy claro de donde parte y a dónde quiere llegar. Es cierto que existe ese juego que te va dejando a veces anonadado y a veces escéptico, pero llegas al desenlace y entonces te das cuenta que todo estaba atado y bien atado, y esta vez de verdad por muy famosa que sea la frase y muy incierta por quien la expresó en su día. Aquí a la autora no se le escapa nada. Todo lo que en otro texto, innumerables hay, es inverosímil, en La décima clave todo está resuelto con gran ingenio, además de introducir un conflicto moral que nos hace recapacitar.

Con esta novela he leído ya todo lo hasta ahora se ha publicado de Antonia J. Corrales, que es capaz de sumergirnos tanto en un trepidante thriller que nos provoca una fuerte tensión, como en una novela intimista aderezada de notas de realismo mágico. Y es que no se le nota diferencia porque a mí me gustan las dos Antonia J. Corrales. El secreto puede estar en lo que dice uno de los personajes de La décima clave cuando habla que la palabra, su significado y su poder, era y sigue siendo, a pesar de ser utilizada a diario, un misterio para el ser humano. Y aquí ya sí que tengo que discrepar con Antonia J. Corrales porque como sé perfectamente que es humana, lo que dice su personaje es parcialmente cierto. Para ella las palabras no son un misterio de lo bien que las combina.

Engánchate a La décima clave y quedarás peligrosamente enganchado a Antonia J. Corrales. Yo hace años que lo estoy y te aseguro que es un gran placer.

©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

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